Pasar de España a Portugal en
coche por Cedillo, en Cáceres, es un follón que no aclara ningún mapa: de lunes
a viernes, cuando el puente privado de la presa está cerrado, son cien
kilómetros, y los fines de semana, catorce.
Hay dos cosas que acompañan al
alcalde 'Botines' desde hace por lo menos 19 años: su pequeño morral de cuero
cruzado al cuello y la ilusión de que su pueblo tenga un puente. Uno de verdad.
De los que cruzan ríos. Quiere un puente como Dios manda, no como el de ahora.
A Antonio González Riscado, 54 años, socialista de ideales comunistas, alérgico
a las corbatas, diputado provincial que dejó de serlo porque le aburría tanta
reunión, alcalde por goleada cada cuatro años, le llaman 'Botines' hasta los
íntimos. La culpa la tiene su madre, que le compró unas botas de excelso tacón y
el niño las estrenó un domingo en misa, tan rotundo y sonoro el caminar que esa
mañana se ganó el apodo con el que sus vecinos se referirán a él hasta el día
de su entierro.
En Cedillo (497 habitantes), todos
tienen una historia así. Porque todos, sin excepción, se llaman entre sí por el
mote. Tan naturalizado está el asunto que aquí, lo importante no es tener junto
al teléfono las páginas blancas de Telefónica, sino el listín del Ayuntamiento,
ordenado por calles y motes. Lo que no acaba de asumir este pueblo cacereño
rodeado de alcornocales, ni tampoco su vecino portugués de Montalvao (375
vecinos), es lo de los mapas. El de la Guía Repsol dice que para ir de un pueblo a otro
en coche hay que hacer un viaje de 14 kilómetros que dura 24 minutos. El de la web
de Michelin alarga el tiro hasta los 100 kilómetros y la hora y tres cuartos.
El del iPhone 4S le da la razón al primero, pero el iPad 1 se la quita. Lo
peor, y lo que más cabrea a quienes viven a un lado y otro de La Raya , justo en ese punto del
mapa en el que Extremadura pincha a Portugal, es que todos los mapas tienen
razón. Y ninguno a la vez. Todos aciertan y todos fallan, que viene a ser lo
lógico tratándose de la frontera más absurda de España.
De las 00.01 horas de cada lunes a
las 9.59 de cada sábado, de Cedillo a Montalvao hay 100 kilómetros. De las
10.00 horas del sábado a las 22.00 horas del domingo, hay 14. La clave que lo
explica todo es la central hidroeléctrica. Atravesarla es la forma más recta,
corta y sensata de ir de una localidad a otra. Pero solo está abierta los fines
de semana. El resto del tiempo, una valla a prueba de valientes impide el
tránsito. Iberdrola, dueña de la presa, explica que la central no fue concebida
como lugar de paso y que hay motivos de seguridad que conviene tener muy
presentes, porque todo lo que suceda en esa carretera que cruza el Tajo es
responsabilidad suya.
«No tiene razón de ser a estas
alturas de la vida, es algo que no pasa en ningún sitio », se queja 'Botines'.
Con la verja echada, no hay más forma de ir de Cedillo a Montalvao, o al revés,
que por Valencia de Alcántara y Marvao, por vías de un carril por sentido. Es
eso o cruzar el río en barca. Si es una lancha inflable con un motor de cinco
caballos de potencia, ocupada por cuatro personas delgadas y una más bien
oronda, y la conduce Roberto Ramallete, bastan seis minutos para pasar a
Portugal.
El alcalde 'Botines' lo hace cada
vez que le citan a una reunión en la otra orilla, pese a que el agua -así, en
términos generales- no le hace ninguna gracia. Hoy espera al otro lado Antonio
Semedo Cruz, alcalde de Montalvao, una freguesía -pedanía en su equivalente
español- dependiente de Nisa. A veinte metros del embarcadero, Roberto apaga el
motor, la lancha se acerca despacio, Antonio Semelo se agacha, coge la soga
blanca y la ata al cabo. «Bom dia», dice justo antes de tenderle la mano a
'Botines', que la toma como ha hecho cien, doscientas veces, quinientas, ajeno
al significado de ese gesto, el de un alcalde portugués tendiendo la mano a uno
español para ayudarle a dejar atrás el río que les separa, una frontera en
sentido estricto.
A partir de este encuentro, cambia
el idioma. Como un guiño irónico a esos mapas que ni yerran ni aciertan, lo que
hablan no es ni español ni portugués. «Es 'portuñol'; en esta zona lo habla
todo el que tiene más de sesenta años», precisa 'Chirri', el alguacil de
Cedillo, casi un 'Botines' sin morral de cuero cruzado al cuello ni cigarrillo
Camel entre los dedos. «No lo hemos estudiado, pero lo hemos mamado desde
críos, se lo hemos escuchado a nuestros padres, a nuestros abuelos», abunda
'Botines', que lee a Saramago en portugués y saluda en esa misma lengua a un
vecino de Montalvao que pasa montado en su bici junto a la puerta de 'O rei do
camarao'.
Cerveza y langosta
La elección de Semelo para tomar
una cerveza Sagres y hablar del puente que no acaba de construirse no es
casual. Aparte de ser la publicidad que luce en la camiseta del equipo de
fútbol de Cedillo, el hijo del dueño del restaurante -60 euros el kilo de
langosta o bogavante, seis euros la ración de berberechos, sesenta céntimos la
caña de cerveza- tiene una barca, que es la que el alcalde de Montalvao utiliza
cada vez que tiene que pasar el río. «Yo no pierdo la esperanza», dice Antonio
Semelo, socialista, agente jubilado de la Guardia Fiscal -más
o menos como la
Guardia Civil-. Hace solo tres meses, él no habría utilizado
la palabra esperanza. Porque a principios de año, todos daban por hecho que el
puente internacional de Cedillo se iba a construir. Por primera vez veían cerca
el punto y final a 19 años de lucha.
«En 1994 -recuerda 'Botines'-
reforzaron la seguridad de la presa, instalaron un circuito cerrado de
televisión y desde entonces lo controlan todo desde Alcántara». Eso significa
que con puntualidad inglesa, a las diez de la noche de cada domingo, alguien en
las instalaciones del embalse cacereño de Alcántara -el más grande de España
tras el de La Serena ,
en Badajoz- pulsa un botón y la verja se cierra en los dos países. A esa hora,
el guardia de seguridad se va a su casa. El Ayuntamiento tiene contratados para
esta tarea a dos paisanos, a los que paga 700 euros al mes a cambio de que se
turnen durante las 36 horas del fin de semana en que la presa está abierta y de
que recojan la basura en el pueblo los lunes, miércoles y viernes. Entre sus
cometidos no está abrir o cerrar la verja. Solo vigilan que ningún conductor se
pare, que nadie cruce andando porque está prohibido, y que no haya problemas si
dos coches coinciden a la vez, que la presa tiene planta curva y no anda
sobrada de anchura.
Este despliegue ha enterrado la
picaresca a la que recurrieron españoles y portugueses durante años para pasar
de un lado a otro. «Yo iba en bici hasta allí y después pasaba colándome por un
agujero que había en la malla metálica», recuerda con media sonrisa Hernani
Henriques, 43 años, moreno de albañil, nacido y residente en Montalvao, donde
se gana la vida con su empresa de servicios para obras y como tesorero
municipal. «Yo llevo escuchando lo del puente desde chico», dice en perfecto
español. «Es que llevo yendo a Cedillo desde que tenía 13 años», explica. Al
otro lado del Tajo está su hermano Carlos, también nacido en Montalvao pero que
vive de alquiler en Cedillo, donde trabaja como pastor y peón agrícola. «Si
hubiera puente, podría ir a dormir todos los días a casa de mi madre, por lo
menos en verano, y también podría ir con más frecuencia a ver a mi ganado, que
lo tengo en Montalvao», cuenta Carlos Henriques, que le menta a 'Botines' la
madre del cordero: la UE
y la Diputación
de Cáceres. «¡Pero si ya teníamos el dinero, 'Boti!'», le lanza. Y lleva razón.
Hace dos años, la Unión
Europea aprobó una subvención de 3,5 millones de euros para
construir el puente, pero la
Diputación de Cáceres alega ahora que a ese dinero habría que
sumar otros seis millones para construir los accesos en las dos vertientes, y
que con la que está cayendo, existen inversiones más prioritarias. «Eso es
mentira, los accesos ya existen, no lo hacen porque no quieren», zanja
'Botines', que alude también a razones políticas, al hecho de que fuera un
proyecto del PSOE y que ahora en la Diputación manda el PP.
Los músicos en la barca
Las siglas sobrevuelan un
conflicto que pagan vecinos con pasaportes diferentes pero vinculados desde
hace siglos. Cedillo-Montalvao fue durante décadas la ruta del contrabando,
campo abonado al estraperlo. Al menos, el puente que nunca llega ha dejado un
tráiler de anécdotas. 'Botines' recuerda el miedo que pasaron una noche de
tormenta cruzando en una barca sin motor, a remo. Y el día que esperaban para
unas fiestas a una orquesta que venía de Sevilla. «Alguien les dijo que tenían
que hacer el viaje por Montalvao -relata el alcalde-, y al llegar allí se
encontraron con la verja porque no era fin de semana; nos avisaron y nos tocó
ir a buscarlos. No veas la que liamos para pasar en barca a los músicos y los
instrumentos». Tan acostumbrado está al ninguneo institucional, que el alcalde
'Botines' se tomó con sorna la inesperada aparición del puente de sus ilusiones
en una edición del mapa oficial del Ministerio de Fomento. «Era la época de
Aznar -echa la vista atrás-, y le mandé a la ministra una carta que por
supuesto no me contestó. Le decía que como ya no podían borrar de los mapas un
puente que no existía, lo mejor que podían hacer era construirlo y asunto
solucionado». No lo hicieron. Y pinta que nadie lo va a hacer ahora.
'Botines', como su colega Antonio
Semelo, no pierde la esperanza. Añadirá este reportaje a la pila de
documentación sobre el tema. Una página más para el cajón de las ilusiones.
Quizás algún día, alguien importante vea el 'Pase sin llamar, está en su casa'
que luce en un folio pegado con celofán en la puerta de su despacho, y entre a
darle la noticia que lleva 19 años esperando. Y por si ese momento no llega nunca,
en el almacén municipal de Cedillo, el pueblo de los motes que da nombre a un
puente inexistente, siguen guardando una vieja barca.
La zona. Cedillo (a 110 kilómetros
de Cáceres) y Montalvao están en La
Raya hispano-lusa, y forman parte del Parque Natural del
Tajo, un área de unas 25.000 hectáreas que aspira a ser declarada Reserva de la Biosfera. Está
despertando al turismo y a él confían su futuro económico los pueblos de la
zona. Hace dos años entró en servicio un barco que da paseos por el río Tajo.
60 coches atraviesan cada sábado o
cada domingo la carretera de la central hidroeléctrica de Cedillo, según el
recuento que hacen los vigilantes de seguridad contratados por el Ayuntamiento.
En días señalados (fiestas locales, fundamentalmente), la cifra sube hasta los
200.
De cañas al otro país. Es
costumbre arraigada en algunos vecinos de Cedillo y de Montalvao ir a tomar una
cerveza el sábado o el domingo al otro pueblo. Más común es que los españoles
vayan a Portugal y no al revés. La razón es de peso: una caña en Montalvao vale
sesenta céntimos, un precio difícil de encontrar en España.